La cosa es –más o menos- así. Equívoco o no tanto en la casa de mascotas. Miradas que se cruzan. El tipo que quería comprar unos agapornis (sí, es una clase de pájaros, las cosas que uno se viene a enterar) para regalarle a la hermanita. Ellos le llaman “lovebirds”, que suena más lindo. Se va desilusionado. La tipa, derretida por el galán (Rod Taylor, que se ganó el cielo en el cine protagonizando aquella hermosísima versión de La Máquina del Tiempo), le va a conseguir los agapornis sí o sí. Y hasta va a averiguar dónde vive y se los va a llevar. Un arrebato para romper su monótona soltería. Así es como la aventura empieza en la hasta ahí apacible y soleada Bodega Bay.
Más de diez años antes que Steven Spielberg resignificara para los 70 y la industria moderna (ya ávida de taquilla más que de arte) el cine clásico de aventuras sumergiéndolo en el terror con un tiburón gigante comiendo gente en una tranquila playa, Alfred Hitchcock seguía escapándole a la jubilación con un desafío tras otro a pesar de ya ser por varios cuerpos una leyenda y el definitivo maestro del suspenso. Y también apeló a los animales. Pero más que a la aventura, al drama psicológico-romántico emplumado y ensangrentado por un ataque de pájaros (cuervos y gaviotas, más precisamente) sin razón aparente y en ese pueblito costero donde la pareja central histeriquea de lo lindo sin necesidad de ponerse hot, cosa que en esos tiempos Hitchcock sugería permanentemente, viejo baboso. Para completar las recurrencias del gran director inglés, habrá una madre castradora de novela y una vieja noviecita que también terciará en la historia.
Y esos pájaros. Que en forma notable grafican el desprecio que don Alfred tenía por “nuestros amigos los verosimilistas”, como solía calificar a quienes van al cine para establecer un paralelo permanente con la realidad (ej.: “¡ehhhh cómo va a pasar eso! Es imposible!”, o los que cuentan los balazos para después jactarse que se dieron cuenta que fueron más de los que el tambor del revólver almacena). Esos pájaros. Andá a saber por qué aparecieron, por qué se rayan con los humanos, no aparece un científico ni un experto en comportamiento avícola para explicarlo. Era obvio que don Slavoj Zizek (a quien referimos cuando programamos Psicosis hace unos días) iba a encontrar sublimes interpretaciones psicológicas relacionadas al deseo, a los miedos y a las culpas, que como se sabe crean monstruos en cada uno y a hacerse cargo.
Alfred Hitchcock tuvo seguidores buenos y malos entre los cineastas de las décadas siguientes, pero afortunadamente más allá de citas y homenajes y afanos ninguno tomó este camino iniciado por Los Pájaros, dejándolo como un ejemplo sui generis de cine de suspenso, horror y cine catástrofe como cobertura de una historia de sentimientos reprimidos.
Ah no, emmm, aparentemente se estaría preparando una remake. En fin.
Andrés del Pino
A Ojo Yeno Cine Club